Esta noche, 17 de noviembre encuentra un cielo oscuro y abierto, y colócate cómodamente en una silla reclinable. No necesitas ningún equipo especial. Encuentra la constelación de Leo y prepárate para disfrutar del espectáculo.
Este año la luz de una brillante Luna Gibada Creciente interferirá con el show durante la tarde y las altas horas de la mañana. Pero podrás observar unos meteoros después de la puesta de la luna y antes del alba.
Historia
La historia de esta tormenta de estrellas fugaces va muy ligada al descubrimiento de la naturaleza del fenómeno. La noche del 12 al 13 nov 1833 una inusual actividad de meteoros (o estrellas fugaces) pudo observarse desde América. Poco después de la puesta de sol se contempló una gran cantidad de meteoros. La actividad fue creciendo paulatinamente y tuvo su máximo nivel poco antes de la salida del sol, la madrugada del día 13. En ese momento, los meteoros inundaron todo el cielo, ofreciendo un espectáculo único y terrorífico para las gentes de la época. Agnes Clerke: «En la noche del 12 al 13 de noviembre de 1833 una tempestad de estrellas fugaces cayó sobre la Tierra. Todo el cielo estaba surcada de trazos y de majestuosos bólidos que iluminaban el cielo. En Boston, la frecuencia de los meteoros se estimó como la mitad de los copos de nieve que se ven en una fuerte tormenta».
Aquella noche, muchas personas creyeron que había llegado el Día del Jucio Final. El hecho conmocionó a las gentes de aquella época. No en vano el historiador estadounidense R.M. Devens tenía en su lista a esta tormenta entre los eventos más importantes de EEUU. Devens escribió que «durante las tres horas del suceso, se creyó que el Juicio Final esperaba sólo a la salida del Sol y, aún muchas horas después del cese de la lluvia, los supersticiosos creían que el Día Final llegaría en sólo una semana». Este relato parece trasladarnos en el tiempo a las épocas de la Edad Media. Joe Rao afirma que para los EEUU la tormenta de las Leónidas de 1833 supuso una revitalización del fervor religioso que desde entonces y hasta nuestros días se han arraigado en forma de sectas.
Pero el Apocalipsis de San Juan no se llegó a cumplir. ¿Cuál era el origen real de los meteoros? Algunos periódicos se aventuraron a publicar algunas hipótesis. El diario Charleston Courier, por ejemplo, afirmaba que las estrellas fugaces eran gases, como el hidrógeno, que procedentes del Sol se incendiaban en la atmósfera debido a la electricidad o por la acción de partículas fosfóricas. El United States Telegraph de Washington (EEUU) tenía su propia teoría: «El intenso viento del Sur de ayer ha podido encontrarse con una masa de aire electrificado, que, debido al frío de la mañana, hizo descargar sus contenidos sobre la tierra».
Como hemos visto, en 1833 era creencia común que las estrellas fugaces eran fenómenos atmosféricos y de ahí su nombre de meteoros. Pero la obstinación científica de un profesor de la Universidad de Yale, puso luz sobre la naturaleza de las estrellas fugaces. Después de varios meses de intenso estudio, en 1834 Denison Olmsted publicó sus conclusiones. Constató que en el año 1832 se había visto una actividad algo más alta de lo normal, tanto en Europa como Medio Oriente, pero en 1833 sólo se había visto la tormenta de meteoros desde la parte oeste de EEUU. A partir de sus propias observaciones, calculó el punto celeste de donde parecían radiar los meteoros de la tormenta, situándolo en la constelación de Leo. Denison, acertadamente, concluyó que las estrellas fugaces provenían de una nube de partículas situada en el espacio.
Llegado el año de 1866, y tal como había predicho Olbers, la tormenta de las Leónidas mostró tasas de actividad máximas de 17.000 meteoros por hora. En 1867 también se tuvo gran actividad, de 6.000 meteoros/hora.
Otra fecha para recordar en la historia de la astronomía es la del 19 de diciembre de 1865. Ese día un astrónomo francés, Ernst Tempel, descubrió un cometa de moderado brillo en la Osa Mayor. Semanas más tarde, el Horace Tuttle desde EEUU realizaba un descubrimiento independiente del cometa. Dos años más tarde los astrónomos pudieron calcular la órbita del cometa Tempel-Tuttle y compararla con las de las partículas de las Leónidas. Varios autores, entre los que se encuentra Giovanni Schiaparelli, se dieron cuenta de la similitud de las trayectorias en torno al Sol de los meteoros y del cometa. Final y acertadamente determinaron que la «nube espacial» de Denison era producida por el cometa P/Tempel-Tuttle.
Ahora conocemos que la Tierra cruza por la nube de materia dejada por el cometa Tempel-Tuttle cada año hacia el mes de noviembre, produciendo una actividad baja de sólo 50 meteoros/hora. Para que se produzca una actividad muy alta (tormenta) el cometa debe estar situado cerca de la Tierra, algo que ocurre cada 33 años. Dependiendo de la cercanía del cometa con la Tierra se producirá mayor o menor actividad. Por esa razón, en algunas tormentas previstas se han observados unos pocos cientos meteoros por hora y en otras ocasiones decenas de miles.
Por otra parte, los investigadores han revisado los archivos en busca de registros históricos del cometa Tempel-Tuttle y han encontrado gratas sorpresas. La más antigua de las observaciones corresponde a los chinos y japoneses en el año 1366, quienes lo situaron en la constelación de la Osa Mayor. 333 años después, G. Kirch desde Guben (Alemania) observó al Tempel-Tuttle el 26 de octubre.
La tormenta ha tenido sus más y sus menos desde 1865. En vista de la gran actividad registrada en noviembre de 1898, con más de 200 meteoros por hora, los astrónomos esperaban contemplar una gran tormenta al siguiente año y así lo difundieron a bombo y platillo en los medios de comunicación. Pero llegado el mes noviembre de 1899 tan sólo se contemplaron entre 50 y 100 meteoros por hora, produciendo una profunda decepción del público. Para sorpresa de propios y extraños, en los cuatro años posteriores la actividad de las Leónidas fue inexplicablemente alta. En 1901 se vieron no menos de 7.000 meteoros/hora; en 1902, 400; y en 1903, unas 200 estrellas fugaces cada 60 minutos.
El 17 nov 1966 es una fecha mágica para muchos de los observadores de meteoros que tuvieron la suerte de contemplar el cielo. Durante las horas anteriores al máximo, se veían 30 meteoros a la hora. Luego 200. Luego 30 por minuto. ¡Luego cientos por minuto! ¡¡Y después 40 por segundo!! En algunos pueblos la gente corría a refugiarse en el interior de sus casas. Dennis Milton, desde el observatorio Kitt Peak en EEUU, afirmó «Su número era tan grante que nos preguntábamos cuantos se verían en un segundo si abríamos y cerrábamos los ojos al mirar sobre nuestras cabezas… una tasa de 150.000 meteoros por hora se observó durante 20 minutos». Otros observadores estimaron entre 200.000 y un millón el número de estrellas fugaces observadas.
Fuente: http://www.infoastro.com, Wikipedia.org
Imagen: www.cida.gob.ve