Cuando alguien dice “Una vez cada Luna azul”, sabe lo que eso significa: Raro, casi nunca y, hasta quizás, absurdo.
Este año, eso quiere decir “fines de julio”.
Por segunda vez en este mes, la Luna está a punto de convertirse en una Luna llena. Hubo una Luna llena el 2 de julio, y ahora se aproxima la segunda, el 31 de julio. Según el folclore moderno, cuando hay dos lunas llenas en un mes calendario, la segunda es “azul”.
Esta definición de Luna azul es algo reciente.
Si le hubiera dicho a alguien en la época de Shakespeare que algo ocurre “una vez cada Luna azul”, esa persona no le habría atribuido ningún significado astronómico a la expresión. La Luna azul simplemente se refería a algo raro o absurdo, como programar una cita para “el doce de nunca”. Desde entonces, sin embargo, su significado ha cambiado.
La definición moderna surgió en la década de 1940. En aquellos días, el almanaque del granjero de Maine ofrecía una definición de Luna azul tan complicada que muchos astrónomos no lograban entenderla. Involucraba factores como las fechas eclesiásticas de Pascua y Cuaresma, años tropicales y la aparición de las estaciones según el Sol medio dinámico. Con el objetivo de explicar el fenómeno de la Luna azul en términos sencillos, la revista Sky & Telescope publicó un artículo en 1946 titulado “Una vez cada Luna azul”. El autor, James Hugh Pruett (1886-1955), citó el almanaque de Maine de 1937 y opinó que la “segunda [Luna llena] en un mes, según mi interpretación, se llama Luna azul”.
Esto no era correcto, pero al menos se podía entender. Y así nació la moderna Luna azul.
La mayoría de las lunas azules se ven pálidas y blancas, al igual que la Luna que vemos en cualquier otra noche. El solo hecho de incluir una segunda Luna llena en un mes calendario no cambia su color.
Sin embargo, en raras ocasiones, la Luna puede volverse azul.
Para que la Luna se vea realmente azul se necesita generalmente una erupción volcánica. En 1883, por ejemplo, se vieron lunas azules casi todas las noches después que el volcán indonesio Krakatoa explotara con la fuerza de una bomba nuclear de 100 megatones. Penachos de ceniza se elevaron hasta la cima de la atmósfera de la Tierra y la Luna… ¡se volvió azul!
Eso se debió a las cenizas del volcán Krakatoa. Algunos de los penachos estaban llenos de partículas de 1 micra de ancho, lo que es prácticamente igual a la longitud de onda de la luz roja. Las partículas de este tamaño especial son ideales para dispersar la luz roja, mientras que permiten el paso de la luz azul. De esta manera, las nubes del Krakatoa actuaron como un filtro azul.
También se observaron lunas azuladas en 1983 después de la erupción del volcán El Chichón, en México. Y existen informes de lunas azules causadas por el monte Santa Helena, en 1980, y por el monte Pinatubo, en 1991.
Los incendios forestales pueden hacer el mismo truco. Un ejemplo famoso es el gigante incendio que tuvo lugar en las ciénagas de Alberta, Canadá, en septiembre del año 1953. Nubes de humo que contenían gotas de aceite de tamaño micrométrico produjeron soles de color lavanda y lunas azuladas que se extendieron desde América del Norte hasta Inglaterra. En esta época del año, los incendios forestales de verano a menudo producen humo con abundancia de partículas de tamaño micrométrico; eso es justo el tamaño correcto para hacer que la Luna se vuelva realmente azul.
Por otro lado, es posible que se torne roja. A menudo, cuando la Luna está muy baja, se ve roja por la misma razón que los atardeceres se ven rojos. La atmósfera está repleta de aerosoles mucho más pequeños que aquellos que inyectan los volcanes. Estos aerosoles dispersan la luz azul, dejando la luz roja atrás.
Por esta razón, son mucho más frecuentes las lunas azules rojas que las lunas azules azuladas.
¿Suena absurdo? Sí, pero así es todo lo relacionado con la Luna azul. Vaya afuera al atardecer del 31 de julio, mire hacia el Este y observe qué color tiene.