Mirar la propia realidad sin entenderla, es similar a contemplar un partido de ajedrez entre dos grandes maestros, sin conocer las reglas del juego. El científico Richard Feynman describe esta situación señalando.
¿Qué queremos decir con “comprender” algo? Imagino que el mundo es parecido a una gran partida de ajedrez que juegan los dioses, y que nosotros somos observadores del juego. No sabemos cuáles son las reglas del juego; todo lo que nos está permitido es observarlo. Por supuesto, si observamos durante un lapso suficiente, con el tiempo podríamos captar algunas reglas. Las reglas del juego son lo que llamamos física fundamental. Sin embargo, incluso si las conociéramos todas, puede que no fuéramos capaces de entender por qué se hace un determinado movimientos durante el juego; es, simplemente, demasiado complicado y muy limitada nuestra mente.
Si juegan ajedrez, sabrán que es fácil aprender todas las reglas, y no obstante suele ser muy difícil elegir el mejor movimiento o comprender por qué un competidor juega como lo hace. Lo mismo sucede en la naturaleza, sólo que en mucho mayor grado. Nos debemos limitar al asunto más básico, a las reglas del juego. Si las conocemos, consideramos que “comprendemos” el mundo.
El Carnaval es parte de un juego, un juego de Dioses que ahora es dirigido por humanos.
El aspecto más llamativo del Carnaval.
En el ciclo carnavalesco se ha venido unificando la religiosidad popular con lo festivo, pero también con la farsa y lo dionisíaco. El Carnaval es la fiesta de la burla, la broma, la algaraza, la chanza, la risa, la parodia y el humor.
El Carnaval sigue siendo hoy una “válvula de escape” para las diversas tensiones sociales. El poder lo sabe y consiente que se dé una libertad inusual desde el Jueves Lardero al Miércoles de Ceniza, pero está vigilante y llega incluso a reglamentar y programar los diversos actos carnavalescos, a través de comisiones de festejos o de cultura. Incluso subvenciona en parte el Carnaval, circunstancia irónica para cualquier análisis etnográfico que ve en el Carnaval genuino algo surgido del pueblo y para el pueblo, en oposición a todo tipo de poder establecido.
De esta forma se consigue el equilibrio social, como se pone de manifiesto el Miércoles de Ceniza. Todo vuelve a su orden y cada estamento social recobra su lugar, “Todo pasa. Al final, da el pobre con su pobreza, torna el rico a su riqueza, el cura vuelve a sus misas”.
Quizás el Poder logra este retorno a la normalidad debido a la carga arquetípica del Carnaval, en el que el Caos es vencido por el Cosmos, como sucede en las cosmogonías, y que tiene en el festejo del Carnaval su expresión más gráfica con la victoria de Doña Cuaresma y la muerte de Don Carnal, en sus diversas manifestaciones y nombres (entierro de la sardina, quema del pelele, etc).
De esta forma se actualiza el antiguo ritual de la muerte del “Rey del Único Día” o “Saturnalicius rex”. El simbolismo arquetípico es claro: con el Carnaval muerto, sacrificado cual “chivo expiatorio”, renace el pueblo y desaparece la crudeza del invierno con sus limitaciones.1
- Libros consultados
CARO BAROJA, Julio: El Carnaval, Ed. Taurus, Madrid, 1965,
CARDINI, Franco: Días Sagrados, Argos Vergara, Barcelona, 1984.
ELIADE, Mircea: El mito del Eterno Retorno, Emecé Ed., Buenos Aires, 1968.
JUNG, C.G.: Recuerdos, sueños, pensamientos, Seix Barral, Barcelona, 3ª ed., 1981
MALDONADO, Luis: Religiosidad popular, Ed. Cristiandad ↩