Cada día hay en el Universo una estela dejada por la acción de otros seres humanos que al igual que nosotros buscaban la excelencia. Hoy esa estela o “semilla del día” fue sembrada por…
Auguste Rodin, escultor francés. El beso y El pensador, dos de sus obras más emblemáticas.
Los historiadores del Arte también coinciden en esta escultura a la propia figura de Rodin: un hombre que se aterra frente al mundo en el cual le toca vivir, en el que la tecnología da paso a milagros como el cine, y está justo en el centro, donde debe elegir entre enmarcarse en la tradición o revolucionar las artes escultórica.
Rodin había estudiado la anatomía no para ser dominado por ella, sino para usar el cuerpo humano como una herramienta de expresión de la psicología y los sentimientos humanos.
La contemporaneidad de Rodin no sólo radica en el gran cuestionamiento acerca de la validez de la formación académica en las bellas artes, sino además en aspectos puramente plásticos, como son el uso de la serie (utilizar varias veces la misma imagen en diferentes contextos, formatos y tamaños), el collage (unión y separación de distintas piezas para generar imágenes nuevas), la importancia del soporte (que hasta la época era un pedestal altísimo que separaba al público de la obra, eliminado por Rodin por considerarlo demasiado elitista), y el uso de la anatomía como una herramienta para la manifestación de la espiritualidad humana.
Entre las influencias más importantes de Rodin se encuentran Miguel Ángel y la casi desconocida obra escultórica de Edgar Degas.
Rodin se educó en la Escuela de Artes Decorativas, en un ámbito no solo ajeno al de las bellas artes, sino además menospreciado por éstas. Rodin dedicó gran parte de su juventud a acumular conocimientos sobre anatomía que en más de una oportunidad le valieron la envidia y el descontento de los escultores reconocidos como tales por la Academia de Bellas Artes de París. Célebre fue el escándalo en torno a su escultura La edad de bronce (1875), de la cual se dijo que, debido a su perfección, los moldes habían sido sacados directamente del cuerpo del modelo y no de una arcilla hecha por el artista, como se debe hacer en el método del vaciado en bronce: tal acusación era deshonrosa para cualquier escultor y Rodin, contando con la ayuda de amistades influyentes, como el pintor y escultor impresionista Edgar Degas, logró salir de la disputa no solo victorioso, sino con una fama que le puso inmediatamente entre los artistas más importantes de París.
Con posterioridad a este escándalo, su escultura se dividió en dos líneas distintas: la primera, a la cual denominó «alimentaria», era la escultura decorativa de la cual vivía y, como su nombre indica, alimentaba a sí mismo y a sus amantes, entre las cuales se contó su amiga y ayudante la escultora Camille Claudel; la segunda, las transgresoras, popularmente conocida como su obra pura y trascendente en la historia del arte occidental.
“Energía viva que puedes plantar en tu vida”.